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viernes, 28 de octubre de 2016
lunes, 24 de octubre de 2016
"Amor" Delmira Agustini
Ideas en relación a la primera estrofa del soneto "Amor".
A modo de inicio, la estrofa a analizar es la primera del poema
denominado “Amor”, de Delmira Agustini, poeta uruguaya perteneciente a la
Generación del 900´. Dicho soneto forma
parte de “El libro blanco”, específicamente, de una sub división llamada “Orla
rosa”.
Como bien lo adelanta su título, el poema expresa la manera
delmiriana de sentir amor como una fuerza superior eterna que todo la abarca.
Dicho sentimiento no es constante y a lo largo de las tres estrofas atraviesa
cambios, altibajos, múltiples sentires y emociones que se suscitan con el paso
del tiempo –marcado por los cambios temporales-.
La primera estrofa se abre ubicándonos en un plano de
imaginación y deseo, un “sueño” que es aspiración desde el “yo poético”, centro
activo y creativo del poema. Activo porque es el yo lírico, que en primera
persona del singular se ubica desde el inicio del poema “Yo lo soñé” siendo quien siente y desea todo lo expresado; creativo
ya que, con el pasar de los versos, reconocemos variantes en sus aspiraciones
con relación al amor y a ese “tú” sin voz pero presente.
La primera estrofa presenta una triple adjetivación del amor:
“Yo lo soñé impetuoso, formidable y ardiente.
Los mismos apuntan a describir la pasión con la que se imagina el “yo lírico”
amar, algo sin límite ni razón. Si buscamos el significado de estas palabras
encontraremos una semejanza en la intención: fogoso, vivo, vehemente, grande y
pasional. Su lenguaje también es pasional e impetuoso, entonces su comunicación
será con las mismas características.
Tanto el “yo lírico” como el lector se imaginan un “tu”,
alguien que da y recibe ese amor y provoca tales sentires. La metáfora “mar
desbordado de locura y de fuego” apunta al desenfreno y lo ardiente de ese
amor, sin dejar te tener en cuenta las alusiones al agua, en este caso al mar,
por su profundidad e inmensidad que no tiene posibilidad de medida, pero
anteriormente refiriéndose al torrente.
Las metáforas utilizadas reafirman la idea inicial que se
complementa además con la comparación que cierra esta primera estrofa “rodando
por la vida como un eterno riego”. Es
la constancia y la presencia eterna que siempre se alimenta. Tiene sus
altibajos que lo distinguimos en el rodar y su fluir, no es siempre igual, pero
está siempre presente. Esta primera estrofa apunta a un amor más sensual y
erótico, imagen que se ampliará en el correr del poema.
viernes, 10 de junio de 2016
Rodríguez
ASIGNATURA
LITERATURA 3º ros 7 y 8 Prof: Mª Eugenia Suárez
2016.-
Francisco Espínola -
Rodríguez
Como aquella luna había puesto todo igual, igual
que de día, ya desde el medio del Paso, con el agua al estribo, lo vio
Rodríguez hecho estatua entre los sauces de la barranca opuesta. Sin dejar de
avanzar, bajo el poncho la mano en la pistola por cualquier evento, él le fue
observando la negra cabalgadura, el respectivo poncho más que colorado. Al
pisar tierra firme e iniciar el trote, el otro, que desplegó una sonrisa,
taloneó, se puso también en movimiento, y se le apareó. Desmirriado era el
desconocido y muy, muy alto. La barba aguda, renegrida. A los costados de la
cara, retorcidos esmeradísimamente, largos mostachos le sobresalían.
A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba.
-¿Va para aquellos lados, mozo? - le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar la mano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quién era el importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su avance a través de la gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino, fija.
-¡Lo que son las cosas, parece mentira!... ¡Te vi caer al paso, mirá... y simpaticé enseguida!
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el interlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mirada que era un cuchillo de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe, quedó cual la del cordero.-Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio, Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a un lado del zaino, escupió.
-Alegrate, alegrate mucho, Rodríguez -seguía el ofertante mientras, en el mejor de los mundos, se atusaba, sin tocarse la cara, una guía del bigote-. Te puedo poner a tus pies a la mujer de tus deseos. ¿Te gusta el oro?... Agenciate latas, Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el poder, que también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o jefe político o coronel. General, no, Rodríguez, porque esos puestos los tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la mirada hacia adelante, Rodríguez.
-Mirá, vos no precisás más que abrir la boca...
-¡Pucha que tiene poderes, usted! -fue a decir, Rodríguez; pero se contuvo para ver si, a silencio, aburría al cargoso.
Este, que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido como por el estupor. Se acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres veces al otro... Después, su cabeza se abatió sobre el pecho, pensando con intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca.
Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y de sus sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de turbarlo había fugado lejos, cada cual con su ruido.
A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho con tabaquera y con chala. Sin abandonar el trote se puso a liar. Entonces, en brusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se dio contra unos espinillos. Separado un poco así, pero manteniendo la marcha a fin de no quedarse atrás, fue que dijo:
-¿Dudás, Rodríguez? ¡Fijate, en mi negro viejo!
Y siguió cabalgando en un tordillo como leche. Seguro de que, ahora si, había pasmado a Rodríguez y, no queriendo darle tiempo a reaccionar, sacó de entre los pliegues del poncho el largo brazo puro hueso, sin espinarse, manoteó una rama de tala y señaló, soberbio:
-¡Mirá!
La rama se hizo víbora, se debatió brillando en la noche al querer librarse de la tan flaca mano que la oprimía por el medio y, cuando con altanería el forastero la arrojó lejos, ella se perdió a los silbidos entre los pastos.
Registrábase Rodríguez en procura de su yesquero. Al acompañante, sorprendido del propósito, fulguraron los ojos. Pero apeló al poco de calma que le quedaba, se adelantó a la intención y, dijo con forzada solicitud, otra vez muy montado en el oscuro:
¡No te molestés! ¡Servite fuego, Rodríguez!Frotó la yema del índice con la del dedo gordo. Al punto una azulada llamita brotó entre ellos. Corrióla entonces hacia la uña del pulgar y, así, allí paradita, la presentó como en palmatoria.
Ya el cigarro en la boca, al fuego la acercó Rodríguez inclinando la cabeza, y aspiró.
-¿Y?... ¿Qué me decís, ahora?
-Esas son pruebas -murmuró entre la amplia humada Rodríguez, siempre pensando qué hacer para sacarse de encima al pegajoso.
Sobre el ánimo del jinete del oscuro la expresión fue un baldazo de agua fría. Cuando consiguió recobrarse, pudo seguir, con creciente ahínco, la mente hecha un volcán.
-¿Ah, sí? ¿Con que pruebas, no? ¿Y esto? Ahora miró de lleno Rodríguez, y afirmó en las riendas al zaino, temeroso de que se le abrieran de una cornada. Porque el importuno andaba a los corcovos en un toro cimarrón, presentado con tanto fuego en los ojos que milagro parecía no le estuviera ya echando humo el cuero.
-¿Y esto otro? ¡Mirá qué aletas, Rodríguez! -se prolongó, casi hecho imploración, en la noche.
Ya no era toro lo que montaba el seductor, era bagre. Sujetándolo de los bigotes un instante, y espoleándolo asimismo hasta hacerlo bufar, su jinete lo lanzó como luz a dar vueltas en torno a Rodríguez. Pero Rodríguez seguía trotando. Pescado, por grande que fuera, no tenía peligro para el zainito.
-Hablame, Rodríguez, ¿y esto?... ¡por favor, fijate bien!... ¿Eh?... ¡Fijate!
-¿Eso? Mágica, eso.
Con su jinete abrazándole la cabeza para no desplomarse del brusco sofrenazo, el bagre quedó clavado de cola.
-¡Te vas a la puta que te parió!
Y mientras el zainito -hasta donde no llegó la exclamación por haber surgido entre un ahogo- seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca luna tomando distancia, el otra vez oscuro, al sentir enterrársele las espuelas, giró en dos patas enseñando los dientes, para volver a apostar a su jinete entre los sauces del Paso.
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