lunes, 13 de marzo de 2017

"A la deriva"

A LA DERIVA


El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararácusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.

-¡Dorotea! -alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña!

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.

-¡Te pedí caña, no agua! -rugió de nuevo-. ¡Dame caña!

-¡Pero es caña, Paulino! -protestó la mujer, espantada.

-¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!

La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.

-Bueno; esto se pone feo -murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito -de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

-¡Alves! -gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.

-¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! -clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho.

¿Qué sería? Y la respiración...

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.

-Un jueves...

Y cesó de respirar.


                                               Quiroga, Horacio. Cuentos de amor, de locura y de muerte.

BIOGRAFÍA HORACIO QUIROGA


Biografía de Horacio Quiroga (1878 – 1937)

       Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878 en el departamento de Salto (Uruguay). Realizó sus estudios primarios, secundarios y técnicos en Montevideo.  Desde muy joven demostró interés por la literatura y el ciclismo. Fundó la “Sociedad de Ciclismo de Salto”, y logró unir en bicicleta las ciudades de Salto y Paysandú (120 km). 
 A la edad de veintidós años comienza a escribir poemas. Toma como modelos artísticos a Leopoldo Lugones y a Edgard Allan Poe. Colaboró con las publicaciones “La Revista” y “La Reforma”, y en 1899 fundó la “Revista de Salto” (publicación literaria).
 En 1890 viaja a París, donde conoce al escritor Rubén Darío, considerado el precursor del modernismo. Al regresar a su país, ayuda a su amigo Germán Papini Zas a prepararse para un duelo. Mientras Quiroga inspeccionaba el arma, ésta se dispara accidentalmente y muere su amigo. Tras esta tragedia decide radicarse en la Argentina. En Buenos Aires, donde también se desempeña laboralmente como docente de castellano, el escritor alcanzaría su madurez profesional. 
En 1906 Quiroga se instala en la provincia de Misiones, en las orillas del Alto Paraná. Allí vive con su esposa, Ana María Cires, con quien tiene dos hijos: Eglé y Darío. También es nombrado Juez de Paz en el Registro Civil de San Ignacio.
 En 1915, inmersa en una crisis depresiva, se suicida su esposa. Quiroga se vuelve a trasladar a Buenos Aires, donde se desempeña como cónsul de distrito de segunda clase y luego como cónsul adscrito.  En 1920 funda la “Agrupación Anaconda”, de carácter cultural. El diario argentino “La Nación” comienza a publicar sus relatos, que gozaban de una enorme popularidad. 
Entre 1922 y 1924 participó como secretario de una embajada cultural en Brasil. Por mucho tiempo se dedicó a la crítica cinematográfica, escribiendo para publicaciones como: “Atlántida”, “El Hogar” y “La Nación”. Hacia 1927 se casa con María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija. En 1932 se radica nuevamente en Misiones, con su esposa y su tercera hija: María Elena. Como relata Quiroga en numerosas cartas dirigidas al escritor Enrique Amorín, su esposa no se adaptaba a la vida en el monte, razón por la cual peleaban frecuentemente. Falleció el 19 de febrero de 1937 en Buenos Aires. Luego de enterarse de que padecía un cáncer incurable, decidió poner fin a su vida.



Dentro de las obras de Horacio Quiroga se destacan: 
• “Los arrecifes de coral” (poesía, 1901),
• “El crimen de otro” (cuentos,1904),
• “Historia de un amor turbio” (novela, 1908), 
• “Cuentos de amor de locura y de muerte” (cuentos, 1917), 
• “Cuentos de la selva” (cuentos, 1918), 
• “El salvaje” (cuentos, 1920), 
• “Las sacrificadas” (teatro, 1920), 
• “El trípode llamado chengue” (cuentos, 1921), 
• “El desierto” (cuentos, 1924), 
• “Los desterrados” (cuentos, 1926), 
• “Pasado amor” (novela, 1929), 
• “Suelo natal” (libro de lectura para cuarto grado, 1931),
• “Más allá” (cuentos, 1935).

A propósito del CUENTO



GENERACIÓN DEL 900'


Para acercarnos a la Generación del 900´, debemos antes comprender a qué le llamamos “generación”:
·        
  •     Conjunto de escritores provenientes de un mismo país o región, nacidos en un lapso temporal cercano (según Petersen de 10 a 18 años),  que se identifican por su estilo, educación, herencia cultural y experiencia.
  •    “Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos” RAE
  •     “Una generación es un estrecho círculo de individuos que, mediante su dependencia de los mismos grandes hechos y cambios que se presentaron en la época de su receptividad, forma un todo homogéneo a pesar de la diversidad de otros factores”. Dithey



La generación del 900’ según Emir Rodríguez Monegal fue “un estrecho círculo de individuos  que, mediante su dependencia de los mismos grandes hechos y cambios que se presentaron en la época de su receptividad, forma un todo homogéneo a pesar de la diversidad de otros factores”.
Algunos de sus integrantes más importantes son: Horacio Quiroga, Javier de Viana, Carlos Reyles, Julio Herrera y Reissig, María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini, Florencio Sánchez, Rodó, entre otros.
Petersen enumera ocho factores básicos que la forman, aunque cabe señalarse que no pueden aplicarse de manera tajante a cualquier generación, y que, como toda teorización, debe flexibilizarse llevada a la práctica.
  1.         Herencia familiar cultural.
  2.       Fecha de nacimiento: lapso temporal de 10 a 18 años.
  3.    Elementos educativos: en este caso, casi todos los integrantes de la generación fueron autodidactas y no de la cultura universitaria.
  4.    Comunidad Personal: Nacidos en Montevideo o con residencia en este departamento, fuente de contacto con Argentina.
  5.       Experiencia de la Generación: El Modernismo,
  6.        Caudillaje: modelo o paradigma a seguir, en este caso, Rubén Darío.
  7.       Anquilosamiento de la vieja generación

"Horacio Quiroga, formó parte de la Generación del 900´, escritores comprendidos entre 1895 y 1925 (…) Dentro de esta generación hubo dos tendencias bien definidas: por un lado, hay quienes deciden comprometer su obra con la realidad, para mejorarla a través de la denuncia y la crítica, como Florencio Sánchez; y por otro, están los escritores que se evaden de ella, justificando su arte en sí mismo, como Julio Herrera y Reissig. A los primeros se les llama escritores comprometidos y a los segundos, “torremarfilistas”. Horacio Quiroga evoluciona desde la primera tendencia hacia la segunda.
La generación del 900´surge en un contexto histórico-social que se caracteriza por el ascenso de la clase media y por el liberalismo político. Es la época en que nace el Batllismo, entorno a la figura de José Batlle y Ordóñez (…) Es una época de modernización y bienestar económico.
La literatura alcanza un momento de especial plenitud. Los autores se reúnen en cenáculos literarios como La Torre de los Panoramas, liderada por Julio Herrera y Reissig, o El Consistorio del Gay Saber, integrado por Horacio Quiroga y otros jóvenes salteños." Extraído de ¿Cómo es tu isla?.

Géneros Literarios


      Géneros  Literarios:




Algunas definiciones sobre géneros literarios:
  •        “Expresión con la que se denomina un modelo estructural que sirve como criterio de clasificación y agrupación de textos (atendiendo a las semejanzas de construcción, temática y modalidad de discurso literario) y como marco de referencia y expectativas para escritores y públicos” (Demetrio Estébanez Calderón. Diccionario de términos literarios, Madrid: Alianza, 1996).
  •        Cada una de las distintas categorías o clases en que se pueden ordenar las obras literarias.” RAE
  •       “Los géneros literarios son los grupos en que se clasifican las obras literarias” ¿Cómo es tu isla? Romiti, Prida.



Los géneros literarios tradicionalmente aceptados son tres:
  • Épico o narrativo
  • Lírico
  • Dramático

Narrativo:
 Texto oral o escrito que cuenta, en la voz de un narrador, hechos protagonizados por personas (o seres personificados). Se caracteriza por la sucesión temporal de una o varias secuencias y una determinada organización estructural compuesta por un planteamiento, un desarrollo y un desenlace.

                                                Lírico:
Género literario que se caracteriza por ser cauce de expresión de la subjetividad del hombre, sus sentimientos y emociones al observarse a sí mismo y al contemplar el mundo en el que está inmerso.

                                              Dramático:
Escrito en verso o en prosa que representa un episodio o conflicto de los seres humanos a través del diálogo de los personajes y se diferencia de los demás géneros por su virtualidad teatral o posibilidad de representación pública sobre un escenario.